Este breve texto de Dogen fue puesto por escrito en 1243, por su discípulo y sucesor Koun Ejo, como trascripción de un sermón realizado el año anterior en la residencia de un samurái público oficial llamado Hatano Yoshishighe. Dogen tenía 42 años y había vivido durante nueve años en Koshoji, al año siguiente se había trasladado a las montañas de la actual región de Fukui para fundar, junto a un pequeño grupo de discípulos, el monasterio de Eiheiji, donde permanecería hasta la muerte acaecida en 1253.
Zenki es por lo tanto un texto originariamente dirigido a un público de personas que no llevaban una vida monástica y no contiene términos de difícil comprensión. El tema es del mayor interés posible, tratándose de la vida y de la muerte, de la relación entre la totalidad de la vida y nuestra particular y personal vicisitud humana, cuyas bisagras son nacimiento y muerte. Es la gran cuestión de la que nadie se escapa. Una visión religiosa que no se ocupe frontalmente, sin recorrer a soluciones apodícticas, de la problemática inherente en la realidad de nacimiento-muerte, empezando por la propia, más que una auténtica visión religiosa es sospechosa de ser una superstición o una escapatoria consoladora.
El objetivo no es solucionar el problema en el sentido de contestar de una vez por todas de modo exhaustivo y convincente a preguntas del tipo “¿qué cosa hay después de la muerte?” o “¿por qué se nace para deber de morir?”. Se trata en cambio de reflexionar ante todo sobre las preguntas que nos planteamos, por legítimas que parezcan a nuestros ojos. Preguntarse “¿qué hay después de la muerte?” presupone dar por establecido que haya un “después”, es decir que nuestro modo convencionalmente aceptado de concebir el tiempo también tenga sentido al ocurrir aquel acontecimiento que llamamos muerte, y presupone de entrada una cierta concepción de la muerte como una especie de giro detrás de la esquina, “más allá” de la que hay en cualquier caso “algo”, puesto que también la “nada”, concebida como “eso” que viene “después” o “más allá de” o “al otro lado” de “algo” – en nuestro caso la vida – es en todo caso a su vez “algo” – la auténtica nada traga todo, el antes, el después, el más acá y él más allá.
Preguntarse ¿”por qué si se nace se debe luego de morir?” presupone por una parte que deba o que pueda haber un porqué, y por otra que nacimiento y muerte constituyan una contradicción que debería ser “explicada”. Nadie en efecto se pregunta “por qué hemos de despertarnos si después tenemos que dormir?” o viceversa, puesto que las dos cosas – la vigilia y el sueño – en cuánto antitéticas, en el sentido de ser imposible que ocurran al mismo tiempo, son comprendidas enseguida como no contradictorias, en el sentido que la una no anula definitivamente la otra. Quiero decir que el modo de plantear la pregunta es a veces tal que condiciona de modo determinante la posibilidad de la respuesta, ella está integrada ya en un sistema de pensamiento y no esta por lo tanto libre e incondicionada. La religión en cambio debería aspirar a preguntas y a respuestas libres e incondicionales. No debería tener como meta la de elaborar credos o teorías que respondan a preguntas planteadas a priori de forma que necesiten un sistema de creencias para poder ser solucionadas. O incluso sencillamente proponer edulcorantes que satisfagan nuestra legítima curiosidad humana. O invocar el “misterio” cuando no saben contestar de modo satisfactorio para nuestra lógica.
Por el contrario, la tarea de la religión hoy en día es quizás la de plantear las preguntas que le son propias, de modo que las respuestas vengan a la luz “motu propio” como un manantial que mana porque la fuerza del agua que la constituye la hace manar. Para permanecer en nuestro tema, podríamos decir porqué el “zenki” del agua la hace surgir en aquella situación particular. Más que preguntas religiosas existe quizás un modo religioso de plantear las preguntas, un modo por el que la pregunta implica todo el horizonte de quien si la plantea, orienta su vida, involucra toda su energía. No hay preguntas académicas en la religión, por esto ninguna respuesta académica, doctrinal, dogmática, apodíctica, puede ser significativa para la pregunta religiosa.
La pregunta religiosa es como la barca de la que habla Dogen en este texto, todo está inscrito en el mundo de la pregunta en el acto de la pregunta, y por tanto también la respuesta. Estamos sobre el plano existencial, no sobre aquel de la satisfacción intelectual o espiritual. Para dar un ejemplo, a la pregunta “¿porqué hacer zazen?”, la respuesta más adecuada es hacer zazen.
Lo que llamo modo religioso de plantear la pregunta no presupone que esta produzca una respuesta “satisfactoria”, la satisfacción no es materia religiosa. Es más bien un modo por el que, mientras que no existe ninguna hipoteca sobre la respuesta por parte de la pregunta, que no la predetermina y no la condiciona, al mismo tiempo se puede decir que la pregunta “contiene” la respuesta. La perspectiva de la respuesta está dentro de la problemática que la pregunta suscita, y no en un hipotético lugar distinto. No se trata de un juego de palabras, la religión enseña a plantear la pregunta de forma que contenga la respuesta quedándose como pregunta, esto es en el fondo la fe. Aquí empieza el camino y la búsqueda.
Dogen es realmente un maestro en el dirigirnos sobre este camino, y me parece que el texto en cuestión es particularmente eficaz. Antes de leerlo, pueden ser útiles algunas aclaraciones. El título está compuesto por dos ideogramas muy usados: Zen (que nada tiene que ver con el homófono zen de zazen) quiere decir entero, total, integral, todo, todas las cosas, la totalidad. En cuánto concierne a Ki (no equivocarse con el homófono ki, que quiere decir energía, aquella del reiki para los aficionados del género) la cuestión es más compleja, era en origen la parte del telar que lo hacía moverse, su íntimo mecanismo operativo, cierta cosa como el eje de la bovina.
Por sinécdoque indica el telar y después ha pasado a indicar el mecanismo de un motor, el estímulo, la energía operativa; y también la ocasión, la oportunidad, el ritmo, etc. Como se ve es muy difícil encontrar un término satisfactorio que traduzca en una sola palabra estos sentidos y hasta ahora no lo hemos logrado. El hecho de que el término tenga su origen como palabra conexa al tejido no es secundario, pensamos como también en nuestra tradición cultural y religiosa al tejer la tela, al hilar la lana, la trama y la urdimbre son usadas como metáforas de la vida y de su funcionamiento intrínseco, por no hablar del término sánscrito sutra, que de su originario sentido de hilo ha venido a indicar el texto religioso por antonomasia. Zenki es por lo tanto el funcionamiento presente en cada aspecto de la realidad, lo que hace ser a cada cosa aquello que es y la hace funcionar como funciona, que no es “otro” que la cosa misma así como el funcionamiento de cualquier otra cosa y de todas las cosas.
Este texto convoca, tanto por el tono como por el contenido, a al menos otras dos obras de Dogen, Shoji (Vida y muerte), que hemos publicado en esta revista y Genjokoan (Volverse el ser). Aconsejo a quien quiera y puede una lectura integrada de los tres textos.
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