En América, en Europa, se empieza a discutir, a replantear de modo critico, la breve historia del zen en Occidente. Se empieza a preguntar como ha podido suceder que un espléndido sueño de libertad se haya trasformado ya, en apenas unas décadas, en una vieja iglesia. Hay quien dice que los monjes, los líderes, casi todos aspiran al poder usando su pertenencia a una casta clerical, para subyugar las conciencias; otros analistas, sociólogos, opinan que el zen se ha convertido en un negocio, incluso en una profesión dentro de la cual se puede hacer carrera, ganar, tener éxito, en la que ser reconocidos – en el exterior incluso – como personajes famosos, confiables y – parece increíble – venerables. Efectivamente hay monjes zen invitados a menudo a la televisión o que hablan en la radio de las cosas más dispares. Otros, habitualmente los mismos, viajan de un lugar al otro, seguidos por centenares, quizás miles de personas a las que llaman y que se hacen llamar alumnos o discípulos. ¿Discípulos de quién?, sobre zazen uno no puede poner su propio sello. ¿Alumnos de qué enseñanza?, no hay ningún enseñanza en particular, nadie que pueda impartirla, nadie que pueda aprenderla.
Incluso parece que a menudo algunos predican, dan sus lecciones durante zazen, aprovechando el abandono de cualquier defensa por parte de quienes se han sentado para adoctrinarlos, rellenando así el puro vacío con sus elucubraciones; terrible. El zazen es el espacio vivo de la más profunda libertad, ocuparlo es matarlo. Frecuentemente sucede que después, estos líderes, ante el sentido crítico, al aparecer una duda sobre el sentido de todo eso, contesten sometiendo sutilmente al ostracismo al que ha osado; prefiriéndo a los otros, dando un trocito suplementario de atención y de poder al que, en cambio, obedece callando, manifestando así su iluminación, o más bien, en este caso, la capacidad de convertirse en dominado, en subalterno. Todo en nombre del dharma. Un dharma extraño, grotesco; que garantiza autoridad y poder a algunos, define acólitos elitistas, piramidales, rodeados de aspirantes febriles, ansiosos, deseosos a veces de complacer y de servir. ¿Pero el dharma, el zen, no es liberarse, a nosotros mismos y a los demás, de nosotros mismos?
Hay quienes dicen que el origen de este extraño y lamentable estado de cosas viene de los errores de los fundadores japoneses, de su japonesidad, de su incapacidad para sembrar en un territorio virgen sin condicionar la forma de los brotes, además de por su codicia de discípulos y de fama. En definitiva de la falta de un conocimiento real de la enseñanza de Buda, sustituida a menudo por reglas, formas y actitudes de su cultura japonesa, propuestas, quizá de buena fe, como budismo zen. Los diversos Deshimaru en Europa, Suzuki, Katagiri y otros en Estados Unidos, son señalados por las acusaciones más decididas, incluso por las de aquellos que han heredado sus formas y que de la relación que mantuvieron con ellos en el lejano pasado obtienen la legitimidad para ocupar hoy sus puestos. Como si en el budismo, en el zen, el hecho de haber estado hace mucho tiempo en un monasterio o de haber frecuentado a una cierta persona garantizase hoy un estatus, un rango inalcanzable para quién carezca de la misma experiencia.
Me temo que todo eso es así, hemos construido un bello y enorme desastre.
Nuestro principal error ha sido el haber presentado el zen como algo especial y, por tanto, necesariamente administrado y enseñado por personas “especiales”, que educan a otros para que adquieran la patente de “especiales” (pero no tan especiales como los primeros) y que reproduzcan este mecanismo como una especie de “sistema Ponzi”(1) en clave espiritual. Y entonces, he aquí la iluminación, que sólo aquellos de veras especiales pueden conceder. No obstante no se trata más que de un certificado lleno de signos incomprensibles (y por tanto más valiosos), más allá – naturalmente – de la posibilidad de poderse adornar con el, para mostrar, si no demostrar, la iluminación alcanzada.
Y aquí es donde esto se cae, sobre la iluminación que al Buda le fue necesaria para realizar la práctica fundamental del despertar, mientras que nosotros – precisamente gracias a aquella del Buda – la poseemos ya; sabemos que el zazen es un camino seguro de salvación. ¿Qué otra iluminación deberíamos buscar? La única que queda, lamentablemente, es aquella sometida al juicio del “más especial”, cuyo capricho levanta o rebaja según su conveniencia. En la espera de que, antes o después de dejado este mundo, libere el puesto. Un solo puesto pero con muchos pretendientes, por lo tanto: guerras, enemistades, maledicencias.
Mientras tanto el zen …
¿Es posible que no sea posible un mundo en el que quien quiera sencillamente hacer zazen lo haga, solo o en compañía, día tras día, ganándose decorosamente como vivir, sin extrañas y especiales necesidades de someterse a un entrenamiento o de recibir patentes?
Julio 2010
(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Esquema_Ponzi
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